martes, 16 de junio de 2015

Capítulo preliminar




Muerte en Spring fall

1
Robert Smith

      Robert se preparó esa mañana de agosto para iniciar su jornada de trote intenso. Verificó a través de la ventana si el clima le favorecería y en efecto, así era. No obstante, tal como acostumbraba cada mañana del día domingo, se dispuso a beber una buena taza de café y un par de tostadas. La luz pronto se vertió por entre las cortinas para dejar percibir un poco la calidez que acompañaría el hermoso día. Por supuesto, ya habían pasado los tristes días de lluvia y el entero pueblo se sentía mucho más confortable que en meses anteriores.
     Durante un buen tiempo, que pareció un abrir y cerrar de ojos, se limitó a  ver la foto de su amada esposa. La mujer más tierna que había conocido, fue un amor salvaje pero fugaz. La ausencia de la amada ya no le afectaba tanto como él pudiera pensar pero en su interior, aún le escocía la tristeza. A pesar de divagar antes de llegar a casa luego de las jornadas de trabajo, aun se sentía vacío. Todavía extrañaba el lecho marital, las caricias, besos y juegos a los que se había acostumbrado; ya no ocurrían.  Por un lado, tenía la ventaja de que ya no debía gastar dinero pagando manutención, ni comprando vestidos o joyas para su mujer, mucho menos costeando las altas matrículas universitarias mientras ella terminaba su posgrado en medicina. Pocas semanas, luego de que Susan se hubiese marchado, él decidió despedir a su ama de llaves, la señora Collins. No se podía negar que hacía un excelente trabajo pero hasta su perfume barato le recordaba ahora a su antiguo amor. ¿Qué más podía hacer en ese caso? A Robert le pareció, en mas de una ocasión, que era una fanática de la limpieza y aunado a eso, de auscultar la vida de la feliz pareja. No obstante, no se podía obviar su eficacia a la hora de mantener las labores domésticas en su respectivo orden.
      Se levantó del oscuro sillón, su favorito a la hora de leer. Este hábito era de sus favoritos y cada noche se dedicaba a las páginas de algún nuevo ejemplar de su biblioteca. Otros eran enviados por alguna de sus librerías favoritas tras verificar las existencias, otros eran traídos de diversos países.  De hecho, para algunos de sus pocos amigos se trataría de una biblioteca bastante envidiable, aun cuando los textos eran mas accesibles a través de la pantalla del ordenador. Entonces, descorrió las cortinas de la habitación con firmeza a fin de dejar penetrar plenamente la luz del día recién establecido y en efecto, así ocurrió. El hermoso jardín que daba la bienvenida a casa se dejaba alimentar del agradable clima mañanero.
     El jardín se hallaba incólume tras los cuidados del señor Miller. Era un excelente jardinero quien venía las veces que fuese necesaria su presencia, para atender las mínimas complicaciones bucólicas. Antes de comprar la casa, lo primero que había querido visualizar fue el jardín. En realidad, el terreno en el cual diseñaría el mismo, puesto que originalmente no tenía el aspecto de ahora. Todo este esfuerzo correspondía a la prodigiosa mano del señor Miller y al versátil ingenio de Robert. Semanas atrás, conversó sobre el tema a fin de concretar la situación en torno al jardín.
-          De hermosear este jardín me encargaré de manera exclusiva yo- señaló de manera tajante y no admitía ningún argumento al respecto; sin embargo, la vieja señora Collins lo miró de manera severa-. ¿Tiene usted algo que opinar al respecto?- Inquirió de manera abrupta. Era de esperarse la reacción del ama de llaves puesto que por lo general, siempre le tocaba el trabajo de jardinería. Además, se sentía orgullosa de ello. Aún así, no opinó al respecto.
-          No, señor Smith. Esta es su casa y su jardín, puede usted disponer de ellos como mejor le apetezca. Después de todo, sólo soy una empleada. Además, yo creo que a la señora Smith le encantará ver que su marido se encargue de la respectiva decoración externa de la casa. Quizás sembrando rosas, un poco de frutas u otro tipo de árboles, ¿no le parece?
-          ¿Mi mujer? – preguntó algo nervioso- ¿qué tiene ella que ver con el mismo?- Preguntó algo nervioso-. El diseñar cosas es mi trabajo, eso me ayuda a calmar el stress del trabajo- sostuvo a fin de abrillantar el tono de su voz.
-          No quería ser imprudente, señor Smith. Tanto usted como su esposa tienen el derecho de disfrutar de su nueva casa de la manera que mejor les parezca. Ya se lo he dicho antes.
-          Bueno, necesito estar en sana tranquilidad por un rato. Necesito pensar, descansar un rato. Prefiero estar a solas. Tenga la bondad de salir, gracias. –Dijo esta vez pero ya relajado. Se quedó mirando por la ventana mientras sus ojos, minutos después, se cerraron por un rato.
-          Como usted diga- sostuvo la mujer para luego preguntar: ¿Cuándo volverá?
-          ¿Quién?- Preguntó Robert; la anciana lo miró como si no hubiese entendido sus palabras.
-           La señora Smith… su esposa. ¡Supongo que pronto llegará!
-          Ah ya veo, claro, estaba abstraído. No lo sé, supongo que llegará a entradas horas de la noche. Es probable que tenga doble turno- apuntó con sequedad, dando por finalizada la incómoda conversación. En ese momento pensó en llamar al servicio de urgencias del hospital central; necesitaba escuchar su voz a fin de no sentirse perdido en aquella casa tan grande.
    No obstante, prefirió tomar una cena ligera antes de dormir, se encontraba exhausto. Las mudanzas no eran sus favoritas. Después de todo, pronto conviviría de manera agradable con su esposa, aun cuando ella siempre hacía sentir sus diversas incomodidades por sus graves defectos como esposo. Al menos así lo veía ella.
    Era probable que la opinión de Susan sobre el jardín no importara. Vendría a ser una de las cosas que menos le interesarían de la casa, si es que le interesaba algo que no fuese ella misma y su carrera profesional. La ornamentación y el diseño que había dibujado Robert eran preciosos. Se necesitarían bastantes recursos económicos y tiempo, además de una prodigiosa mano de obra para lograr tal fin. De hecho, esas eran cosas que no le importaban a él puesto que tras conseguir la ayuda de Miller, todo el resto sería mas fácil.
La casa era una hermosa mansión antigua de dos pisos con grandes ventanales. Había sido construida por los primeros pobladores del pueblo. Una vivienda majestuosa con historia dentro de los habitantes. Tenía amplísimos salones y calefacción propia gracias a la chimenea que seguía funcionando tras el mantenimiento y  correcto cuido. El jardín se levantaba alrededor de la casa, luego de las ideas del señor Miller. Era un jardín florido con una fuente en el medio que dejaba descansar a varios ángeles juguetones que se reían entre sí. Desde la ventana de la sala principal se permitía el acceso directo a la primera parte del jardín. Había surgido la idea en algún momento en la mente de Smith de transformarlo, eliminando para ello la fuente de los ángeles y hacer un pequeño lago artificial en el cual nadaran algunas aves. Por el momento, la idea estaba en expectativa pospuesta, luego vería.
     Volviendo al paisaje, no lo desaprovechó sino que abrió las ventanas de par en par, esperando oír el alegre canto vespertino de las aves que se arremolinaban encima de uno de los frondosos árboles del jardín. Tras salir e iniciar la caminata bajando las escaleras, vio algo que le llamó la atención. Una patrulla policial asaltó el empedrado de la entrada principal, cerca del estacionamiento con la sirena a todo volumen. Era raro porque en este pequeño pueblo llamado Spring fall no ocurría nada que ameritara toda esta algarabía y menos un domingo a las ocho de la mañana.
    Tras un gesto de molestia alargó la mirada y, algunos metros más allá de la patrulla inicial, visualizó la realzada figura de un policía con una prominente barriga. Supo que se trataba de Émile Gold, el detective encargado mientras el inspector en jefe regresaba de sus ocupaciones fuera del país. El hombre pisó algunas de las plantas del jardín, lo cual fue considerado como un exabrupto total por parte de Smith.
-          Oiga, por favor no pise las plantas. Se trata de begonias recién florecidas- Explicó Smith con voz fuerte. Le resultaba un abuso por parte del oficial dañar tan hermoso ejemplar en flor.
-          Disculpe usted, señor Smith. Me temo que no es una visita de cortesía. –Todo esto los dijo de modo que cada sílaba resbalara por su paladar y chocara con sus dientes. Se veía en sus ojos una sed de obtener una mala reacción por parte de su interlocutor.
-          Entonces dígame qué desea sin tanto preámbulo. Tanto usted como su equipo me parece que no saben quién soy yo, y si bien estamos a domingo, estoy un tanto ocupado. – Se podía medir el desprecio de Smith hacia el uniformado en decibeles mientras hablaba.
-          Sí, lo lamento. Pues bien, iré al grano. Necesitamos que no oponga resistencia y nos acompañe usted a la estación de policía. Debemos hacerle unas cuantas preguntas, señor Smith, es importante.
-          Ya veo, pues no entiendo porqué opondría resistencia. No se trata de un arresto. En caso de ser así, entonces tendrían que vérselas con mi abogado. Usted me indicará si le llamo y le demando por daños en una propiedad pri-va-da. Creo que no es el caso. Ahora si desea usted hacer preguntas, porqué no las hace de una vez. No veo la necesidad de acompañarle. – Ya la conversación empezaba a tomar forma, justo para aburrir a Smith.
-          De ser así, creo que no es una buena idea. Solo queremos conversar con usted. Además, nos disculpamos por sus begonias; si insiste en llamar a su abogado, hágalo. Es su derecho constitucional pero no se trata de una audiencia legal sino una conversación informal.
-          Dígame entonces, oficial, cuál es el tema tan importante que amerita tantas preguntas importantes. –Su tez permitía algunas perlas de sudor mientras las manos hacían lo propio.
-          Su esposa, ese es el tema de nuestra conversación- Gold dijo esta frase mirando directo a los ojos de Smith para no permitirle tiempo de pensar.
-          ¡Maldición! ¿le habrá ocurrido algo a Susan?- Pensó para sus adentros. No sabía lo que ocurría con el pueblo últimamente. Todo se había convertido en un pronto pandemónium de manera muy rápida. La policía a cargo de Gold era en realidad una suerte de inquisición medieval.
-          “Ni modo, tendré que acompañar a este hijo de perra. Solo quiere obstinarme por la envidia que me tiene. Después de todo, soy uno de los hombres más acaudalados de este insignificante pueblucho”- se dijo con resignación, aunque tal cosa no le importaba demasiado;  pasaría el resto de sus días en aquel insignificante pueblo.
      Spring fall era un lugar bastante agradable y tranquilo, demasiado tranquilo para algunas personas. Una de esas personas era Robert Smith. En realidad era un confortable pueblo en el cual nunca pasaba nada fuera de lo común. La mayoría de las personas se conocían y muchos de ellos habían crecido juntos. Robert había buscado un lugar en el cual pudiese escapar del vertiginoso ruido de la ciudad, las grandes empresas y la comercialización aunada a la publicidad incandescente. Sabía que si deseaba llegar a vivir la mitad de su vida de un modo ameno, debía mudarse pronto. De modo que cuando su asesor de bienes y raíces le mostró algunas fotos de casas antiguas, quedó cautivo de manera inmediata al ver su nuevo hogar en las inmediaciones del pequeño pueblo conocido como Spring fall. Al principio pensó que le pesaría esa repentina decisión pero eso no ocurrió. Su único deseo había sido formar una familia con Susan además de llevar una vida cómoda tranquila y apacible. Incluso cuando falló la posibilidad de tener vástagos, no se sintió frustrado sino más bien aliviado. De modo que ahora solo tenía la vida que tanto había soñado. Situación que mas temprano que tarde, pronto cambiaría.
     En algo concordaban los pocos amigos que tenía Robert. Se trataba de un tipo contento con su vida, sus logros y su vida familiar, aunque claro está, no precisamente en ese orden. Eran pocos los que tenían la posibilidad de entrar en su vida y la de su mujer. No obstante, los que lo conocían, señalaban que se trataba de un hombre inteligente con los negocios, muy altruista, cordial, bien educado y protector a capa y espada de su vida íntima. Sus palabras en ocasiones resultaban mordaces y directas, tal como cuando una serpiente se encuentra acorralada. Algunos de sus compañeros de trabajo sostenían que era demasiado directo para decir las cosas y eso, en ocasiones, le había traído el desdén de otros. En realidad, nada de eso era relevante para Robert.
     En conclusión, Robert Smith era el vecino, marido y compañero de trabajo ideal. El tipo de persona que no necesita exagerar nada de sí mismo, se presenta justo cuando se le necesita y acude a veces sin ser llamado. Parece estar justo en el momento en el que se necesita de su presencia. Quizás esa fue la razón por la cual a los vecinos de Spring fall no podía dar crédito al noticiero local tras saberse que Robert Smith era un impostor, un villano de la peor calaña: un asesino a sangre fría. A pesar de eso,  esa mañana cuando acompañó de buena fe al oficial encargado Gold en su patrulla policial, Smith seguía siendo un perfecto y ejemplar ciudadano, un sonriente marido y un trabajador sin igual. Nada le permitió sentirse intranquilo como para pensar que desde ese momento su vida cambiaría de manera abrupta en pocas horas y ya no podría visualizar su jardín tan libremente como se había acostumbrado.

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