Robert se preparó esa mañana de agosto
para iniciar su jornada de trote intenso. Verificó a través de la ventana si el
clima le favorecería y en efecto, así era. No obstante, tal como acostumbraba
cada mañana del día domingo, se dispuso a beber una buena taza de café y un par
de tostadas. La luz pronto se vertió por entre las cortinas para dejar percibir
un poco la calidez que acompañaría el hermoso día. Por supuesto, ya habían
pasado los tristes días de lluvia y el entero pueblo se sentía mucho más confortable
que en meses anteriores.
Durante un buen tiempo, que pareció un
abrir y cerrar de ojos, se limitó a ver
la foto de su amada esposa. La mujer más tierna que había conocido, fue un amor
salvaje pero fugaz. La ausencia de la amada ya no le afectaba tanto como él
pudiera pensar pero en su interior, aún le escocía la tristeza. A pesar de
divagar antes de llegar a casa luego de las jornadas de trabajo, aun se sentía
vacío. Todavía extrañaba el lecho marital, las caricias, besos y juegos a los que
se había acostumbrado; ya no ocurrían.
Por un lado, tenía la ventaja de que ya no debía gastar dinero pagando
manutención, ni comprando vestidos o joyas para su mujer, mucho menos costeando
las altas matrículas universitarias mientras ella terminaba su posgrado en
medicina. Pocas semanas, luego de que Susan se hubiese marchado, él decidió
despedir a su ama de llaves, la señora Collins. No se podía negar que hacía un
excelente trabajo pero hasta su perfume barato le recordaba ahora a su antiguo
amor. ¿Qué más podía hacer en ese caso? A Robert le pareció, en mas de una
ocasión, que era una fanática de la limpieza y aunado a eso, de auscultar la
vida de la feliz pareja. No obstante, no se podía obviar su eficacia a la hora
de mantener las labores domésticas en su respectivo orden.
Se levantó del oscuro sillón, su favorito
a la hora de leer. Este hábito era de sus favoritos y cada noche se dedicaba a
las páginas de algún nuevo ejemplar de su biblioteca. Otros eran enviados por
alguna de sus librerías favoritas tras verificar las existencias, otros eran
traídos de diversos países. De hecho,
para algunos de sus pocos amigos se trataría de una biblioteca bastante
envidiable, aun cuando los textos eran mas accesibles a través de la pantalla
del ordenador. Entonces, descorrió las cortinas de la habitación con firmeza a
fin de dejar penetrar plenamente la luz del día recién establecido y en efecto,
así ocurrió. El hermoso jardín que daba la bienvenida a casa se dejaba
alimentar del agradable clima mañanero.
El jardín se hallaba incólume
tras los cuidados del señor Miller. Era un excelente jardinero quien venía las
veces que fuese necesaria su presencia, para atender las mínimas complicaciones
bucólicas. Antes de comprar la casa, lo primero que había querido visualizar
fue el jardín. En realidad, el terreno en el cual diseñaría el mismo, puesto
que originalmente no tenía el aspecto de ahora. Todo este esfuerzo correspondía
a la prodigiosa mano del señor Miller y al versátil ingenio de Robert. Semanas
atrás, conversó sobre el tema a fin de concretar la situación en torno al
jardín.
-
De hermosear este jardín me encargaré de manera
exclusiva yo- señaló de manera tajante y no admitía ningún argumento al
respecto; sin embargo, la vieja señora Collins lo miró de manera severa-.
¿Tiene usted algo que opinar al respecto?- Inquirió de manera abrupta. Era de
esperarse la reacción del ama de llaves puesto que por lo general, siempre le
tocaba el trabajo de jardinería. Además, se sentía orgullosa de ello. Aún así,
no opinó al respecto.
-
No, señor Smith. Esta es su casa y su jardín,
puede usted disponer de ellos como mejor le apetezca. Después de todo, sólo soy
una empleada. Además, yo creo que a la señora Smith le encantará ver que su
marido se encargue de la respectiva decoración externa de la casa. Quizás
sembrando rosas, un poco de frutas u otro tipo de árboles, ¿no le parece?
-
¿Mi mujer? – preguntó algo nervioso- ¿qué tiene
ella que ver con el mismo?- Preguntó algo nervioso-. El diseñar cosas es mi
trabajo, eso me ayuda a calmar el stress del trabajo- sostuvo a fin de
abrillantar el tono de su voz.
-
No quería ser imprudente, señor Smith. Tanto
usted como su esposa tienen el derecho de disfrutar de su nueva casa de la
manera que mejor les parezca. Ya se lo he dicho antes.
-
Bueno, necesito estar en sana tranquilidad por
un rato. Necesito pensar, descansar un rato. Prefiero estar a solas. Tenga la
bondad de salir, gracias. –Dijo esta vez pero ya relajado. Se quedó mirando por
la ventana mientras sus ojos, minutos después, se cerraron por un rato.
-
Como usted diga- sostuvo la mujer para luego
preguntar: ¿Cuándo volverá?
-
¿Quién?- Preguntó Robert; la anciana lo miró
como si no hubiese entendido sus palabras.
-
La señora
Smith… su esposa. ¡Supongo que pronto llegará!
-
Ah ya veo, claro, estaba abstraído. No lo sé,
supongo que llegará a entradas horas de la noche. Es probable que tenga doble
turno- apuntó con sequedad, dando por finalizada la incómoda conversación. En
ese momento pensó en llamar al servicio de urgencias del hospital central;
necesitaba escuchar su voz a fin de no sentirse perdido en aquella casa tan
grande.
No obstante, prefirió tomar una cena ligera
antes de dormir, se encontraba exhausto. Las mudanzas no eran sus favoritas.
Después de todo, pronto conviviría de manera agradable con su esposa, aun
cuando ella siempre hacía sentir sus diversas incomodidades por sus graves
defectos como esposo. Al menos así lo veía ella.
Era probable que la opinión de Susan sobre
el jardín no importara. Vendría a ser una de las cosas que menos le
interesarían de la casa, si es que le interesaba algo que no fuese ella misma y
su carrera profesional. La ornamentación y el diseño que había dibujado Robert
eran preciosos. Se necesitarían bastantes recursos económicos y tiempo, además de
una prodigiosa mano de obra para lograr tal fin. De hecho, esas eran cosas que
no le importaban a él puesto que tras conseguir la ayuda de Miller, todo el
resto sería mas fácil.
La casa era una hermosa mansión
antigua de dos pisos con grandes ventanales. Había sido construida por los
primeros pobladores del pueblo. Una vivienda majestuosa con historia dentro de
los habitantes. Tenía amplísimos salones y calefacción propia gracias a la
chimenea que seguía funcionando tras el mantenimiento y correcto cuido. El jardín se levantaba
alrededor de la casa, luego de las ideas del señor Miller. Era un jardín
florido con una fuente en el medio que dejaba descansar a varios ángeles
juguetones que se reían entre sí. Desde la ventana de la sala principal se
permitía el acceso directo a la primera parte del jardín. Había surgido la idea
en algún momento en la mente de Smith de transformarlo, eliminando para ello la
fuente de los ángeles y hacer un pequeño lago artificial en el cual nadaran
algunas aves. Por el momento, la idea estaba en expectativa pospuesta, luego
vería.
Volviendo al paisaje, no lo desaprovechó
sino que abrió las ventanas de par en par, esperando oír el alegre canto
vespertino de las aves que se arremolinaban encima de uno de los frondosos
árboles del jardín. Tras salir e iniciar la caminata bajando las escaleras, vio
algo que le llamó la atención. Una patrulla policial asaltó el empedrado de la
entrada principal, cerca del estacionamiento con la sirena a todo volumen. Era
raro porque en este pequeño pueblo llamado Spring fall no ocurría nada que
ameritara toda esta algarabía y menos un domingo a las ocho de la mañana.
Tras un gesto de molestia alargó la mirada
y, algunos metros más allá de la patrulla inicial, visualizó la realzada figura
de un policía con una prominente barriga. Supo que se trataba de Émile Gold, el
detective encargado mientras el inspector en jefe regresaba de sus ocupaciones
fuera del país. El hombre pisó algunas de las plantas del jardín, lo cual fue
considerado como un exabrupto total por parte de Smith.
-
Oiga, por favor no pise las plantas. Se trata de
begonias recién florecidas- Explicó Smith con voz fuerte. Le resultaba un abuso
por parte del oficial dañar tan hermoso ejemplar en flor.
-
Disculpe usted, señor Smith. Me temo que no es
una visita de cortesía. –Todo esto los dijo de modo que cada sílaba resbalara
por su paladar y chocara con sus dientes. Se veía en sus ojos una sed de
obtener una mala reacción por parte de su interlocutor.
-
Entonces dígame qué desea sin tanto preámbulo.
Tanto usted como su equipo me parece que no saben quién soy yo, y si bien
estamos a domingo, estoy un tanto ocupado. – Se podía medir el desprecio de
Smith hacia el uniformado en decibeles mientras hablaba.
-
Sí, lo lamento. Pues bien, iré al grano.
Necesitamos que no oponga resistencia y nos acompañe usted a la estación de
policía. Debemos hacerle unas cuantas preguntas, señor Smith, es importante.
-
Ya veo, pues no entiendo porqué opondría
resistencia. No se trata de un arresto. En caso de ser así, entonces tendrían
que vérselas con mi abogado. Usted me indicará si le llamo y le demando por
daños en una propiedad pri-va-da. Creo que no es el caso. Ahora si desea usted
hacer preguntas, porqué no las hace de una vez. No veo la necesidad de acompañarle.
– Ya la conversación empezaba a tomar forma, justo para aburrir a Smith.
-
De ser así, creo que no es una buena idea. Solo
queremos conversar con usted. Además, nos disculpamos por sus begonias; si
insiste en llamar a su abogado, hágalo. Es su derecho constitucional pero no se
trata de una audiencia legal sino una conversación informal.
-
Dígame entonces, oficial, cuál es el tema tan
importante que amerita tantas preguntas importantes. –Su tez permitía algunas
perlas de sudor mientras las manos hacían lo propio.
-
Su esposa, ese es el tema de nuestra
conversación- Gold dijo esta frase mirando directo a los ojos de Smith para no
permitirle tiempo de pensar.
-
¡Maldición! ¿le habrá ocurrido algo a Susan?-
Pensó para sus adentros. No sabía lo que ocurría con el pueblo últimamente.
Todo se había convertido en un pronto pandemónium de manera muy rápida. La
policía a cargo de Gold era en realidad una suerte de inquisición medieval.
-
“Ni modo, tendré que acompañar a este hijo de
perra. Solo quiere obstinarme por la envidia que me tiene. Después de todo, soy
uno de los hombres más acaudalados de este insignificante pueblucho”- se dijo
con resignación, aunque tal cosa no le importaba demasiado; pasaría el resto de sus días en aquel
insignificante pueblo.
Spring fall era un lugar bastante
agradable y tranquilo, demasiado tranquilo para algunas personas. Una de esas
personas era Robert Smith. En realidad era un confortable pueblo en el cual
nunca pasaba nada fuera de lo común. La mayoría de las personas se conocían y
muchos de ellos habían crecido juntos. Robert había buscado un lugar en el cual
pudiese escapar del vertiginoso ruido de la ciudad, las grandes empresas y la
comercialización aunada a la publicidad incandescente. Sabía que si deseaba
llegar a vivir la mitad de su vida de un modo ameno, debía mudarse pronto. De
modo que cuando su asesor de bienes y raíces le mostró algunas fotos de casas
antiguas, quedó cautivo de manera inmediata al ver su nuevo hogar en las
inmediaciones del pequeño pueblo conocido como Spring fall. Al principio pensó
que le pesaría esa repentina decisión pero eso no ocurrió. Su único deseo había
sido formar una familia con Susan además de llevar una vida cómoda tranquila y
apacible. Incluso cuando falló la posibilidad de tener vástagos, no se sintió
frustrado sino más bien aliviado. De modo que ahora solo tenía la vida que
tanto había soñado. Situación que mas temprano que tarde, pronto cambiaría.
En algo concordaban los pocos amigos que
tenía Robert. Se trataba de un tipo contento con su vida, sus logros y su vida
familiar, aunque claro está, no precisamente en ese orden. Eran pocos los que
tenían la posibilidad de entrar en su vida y la de su mujer. No obstante, los
que lo conocían, señalaban que se trataba de un hombre inteligente con los
negocios, muy altruista, cordial, bien educado y protector a capa y espada de
su vida íntima. Sus palabras en ocasiones resultaban mordaces y directas, tal
como cuando una serpiente se encuentra acorralada. Algunos de sus compañeros de
trabajo sostenían que era demasiado directo para decir las cosas y eso, en
ocasiones, le había traído el desdén de otros. En realidad, nada de eso era
relevante para Robert.
En conclusión, Robert Smith era el vecino,
marido y compañero de trabajo ideal. El tipo de persona que no necesita
exagerar nada de sí mismo, se presenta justo cuando se le necesita y acude a
veces sin ser llamado. Parece estar justo en el momento en el que se necesita
de su presencia. Quizás esa fue la razón por la cual a los vecinos de Spring
fall no podía dar crédito al noticiero local tras saberse que Robert Smith era
un impostor, un villano de la peor calaña: un asesino a sangre fría. A pesar de
eso, esa mañana cuando acompañó de buena
fe al oficial encargado Gold en su patrulla policial, Smith seguía siendo un
perfecto y ejemplar ciudadano, un sonriente marido y un trabajador sin igual.
Nada le permitió sentirse intranquilo como para pensar que desde ese momento su
vida cambiaría de manera abrupta en pocas horas y ya no podría visualizar su
jardín tan libremente como se había acostumbrado.