Escritura
de notas simbólicas al pie de El jardín
de los senderos que se bifurcan de Jorge Luis Borges
Por Richard Sosa
“Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas
ineptas y a
perífrasis evidentes, es quizás el modo más enfático
de indicarla”
(Borges, año, p. 145)
La invención
de Morel de Adolfo Bioy Casares, Los crímenes de la calle Morgue de Edgar
Alan Poe o El psicoanalista de Jhon
Katzenbach tienen en común la incidencia del relato policiaco. La intriga, la
angustia y el suspenso se entretejen para convertir al lector en individuo
activo y cómplice de la situación narrada. El lector activo colabora con el
autor en la actualización del significado potencial del texto. Tal como
Cortázar lo llama lector macho o, Fuentes,
lector costilla, porque se hacen partícipes de la obra y logran una
metalectura de cualquier obra.
En el caso de Jorge Luis Borges, su obra narrativa es un
ejercicio intelectual y de erudición constante que permite cimentar un singular
universo teñido de múltiples reflexiones, dudas, contenidos filosóficos y
símbolos. Además, estos a veces emanan de un complejo proceso de
intertextualidad (diálogo entre textos) o ("toda relación que une un texto
B con un texto anterior (hipotexto)
inserta de una manera que no es el comentario”) tal como señala el crítico
francés Gerard Genette. En los textos de
Borges, abundan las referencias a otras obras maestras de la literatura
universal, de la filosofía, de la historia, de la teología, de las matemáticas,
libros sagrados, saberes cabalísticos y constantes alusiones mitológicas, que
dan cuenta de un amplio conocimiento cultural.
Pero su escritura también es lúdica porque pone en
práctica los procedimientos de la narrativa fantástica a través de estrategias
recurrentes, como la presencia de la obra de arte dentro de la obra misma, la
dualidad entre la realidad y el sueño, el viaje en el tiempo y la ambigüedad
expresada con el tema del doble o del otro, los cuales le imprimen una pasmosa
originalidad a sus relatos.
Además, aunque Borges auscultó en la filosofía a la
hora de plasmar sus relatos, prefirió la temática de lo infinito como leit
motiv de sus relatos. También, en sus obras hace alusión al argumento secreto
de Poe, Chesterton y Melville antes que a quienes construyen la morosa novela
de caracteres (p.38).[1]
El universo borgiano, de arquitectura específica, construido por el intelecto y
constituido en la realización privilegiada de un lenguaje, refleja una visión
particular del mundo y del hombre.
Partiendo de las nociones antes señaladas y tomando en
cuenta uno de sus cuentos, El jardín de
los senderos que se bifurcan[2],
señalaremos alguno de los elementos simbólico usados por Borges a fin de
demostrar nuestra tesis. Nos parece importante destacar lo que sostiene el
mismo Borges en el prólogo de su obra respecto a su texto cuando dice: “es
policial; sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de
un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no se comprenderá, me parece,
hasta el último párrafo” (p.7)
También es
importante lo que señala Bravo (2006) respecto al mismo Borges cuando escribe “Lo
desconocido sólo es posible desde lo conocido, en el proceso de normalización y
reconocimiento que le da cimiento a lo real” (p. 167). La ficción que está
emparentada de modo directo con un elemento de la realidad. Ese es el punto de
partida de todas las historias contadas por Jorge Luis Borges, tal como lo
señalara en alguna ocasión.
Entre los elementos simbólicos que nos parecen más
importantes dentro del cuento de Borges, encontramos
los siguientes:
a) El anciano que en
simbología implica, según Cirlot (1995), la personificación del saber ancestral
de la humanidad o el inconsciente colectivo. Esto lo podemos evidenciar en el
texto de Borges (ob. cit.) cuando el protagonista describe a Stephen Albert,
posible alusión híbrida del discípulo cristiano Esteban el apedreado y a Albert
Einstein, autor de la teoría de la relatividad[3],
cuando leemos: “Era muy alto, de rasgos afilados, de ojos grises y barba gris”(p.142).
b)
El Laberinto para Cirlot (ob.cit.) es
una construcción arquitectónica cuya utilidad es desconocida y en su interior
guarda un jardín. Su salida resulta incierta y desconocida. Los textos antiguos
sostienen la existencia de cinco grandes laberintos: el de Egipto, los dos
cretenses (Cnosos y Gortyna), el griego de la isla Lemnos y el etrusco de
Clusium. En algunas culturas, la existencia de los mismos, evidenciaba una
trampa para los demonios quienes quedaban atrapados en su interior sin tener
esperanza de poder salir. En el caso de Jorge Luís Borges, la existencia del
laberinto es símbolo de lo infinito. Resulta una analogía entre el universo
como elemento infinito y expansible en contraste con la durabilidad del hombre
quien es finito y mortal. En este sentido, el autor antes señalado explica que
“el laberinto de la tierra como construcción o diseño, puede reproducir el
laberinto celeste, aludiendo los dos a la misma idea: la necesidad de encontrar
el centro para retornar a él” (p.266).
En
el cuento es interesante que Borges señale que unos niños le dan la dirección
del custodio del Jardín y le digan que la forma de llegar al mismo es “doblando
a la izquierda” lo cual es un procedimiento común para descubrir el patio
central de ciertos laberintos. Podríamos decir que desde el comienzo, los
indicios nos van dando cuenta de cómo llegar, como lectores, al laberinto
simbólico construido por Jorge Luis Borges.
c) El
reloj como toda forma circular con elementos internos, sugiere la idea del
mandala. Si lo esencial en él son horas señaladas, domina un simbolismo
numérico aunado al movimiento perpetuo y perenne[4].
En consonancia, nos parece, que a la idea del universo y laberinto que hemos
señalado en este trabajo (p.384). Un ejemplo de esto lo tenemos cuando Borges
escribe: “un alto reloj circular”(p.142). En este sentido, podemos apreciar
tanto el símbolo del reloj, como lo circular relacionado con el tiempo a manera
de elemento cíclico.
d)
El tiempo para Berthelot, citado por
Cirlot implica un orden establecido por los cálculos realizados al espacio. La
razón es que el conocimiento de las siete direcciones del espacio (dos por cada una de las tres
dimensiones, más el centro) origina la proyección de ese orden en el centro (p.
439). Recordemos además, que el número siete significa la totalidad, lo
completo.
e)
El número trece implica muerte y
nacimiento, cambio y reanudación tras el final. Generalmente marca un sentido
adverso. (p.331) En el cuento, podemos observar la relación del mismo con el
hecho de que el proyecto al cual se dedica Ts`ui Pên (construcción del
laberinto que finalmente es una novela en contraposición con la magna obra
china denominada Hung Lu Men) dura
exactamente trece años. Podemos ejemplificar esto en la obra a través del
siguiente fragmento: “Trece años dedicó a estas heterogéneas fatigas” (p.140).
f)
El árbol representa la vida del
cosmos, su densidad, su crecimiento, proliferación, generación y regeneración.
Como vida inagotable corresponde a la inmortalidad. Es el axis mundi, centro o
eje del mundo. (p. 77) En la obra, los árboles son los protectores del
laberinto construido por el antepasado del protagonista. Este laberinto es el
laberinto de laberintos. El mismo tiene como finalidad hacer que todos los
hombres se pierdan en él.
Por otro lado, además de los elementos
simbólicos antes señalados, nos parece interesante la relación directa que tiene
un fragmento del cuento con la teoría
literaria señala por lo formalistas rusos. En el mismo, Stephen Albert le
comenta al protagonista que de acuerdo a las posibles bifurcaciones de la
ficción, noción que parte de lo real, Fang, un personaje, se encuentra con un
desconocido que llama a su puerta. Este desconocido puede ser asesinado por
Fang o puede ser al contrario.
Asimismo, existiría la posibilidad de que
ambos se salven o ambos mueran dentro del relato. Todos los desenlaces son
posibles porque uno es el punto de partida del otro. El laberinto converge en
sí mismo formando parte de posibles realidades. Un personaje puede ser un amigo
o un enemigo. Al final, las ficciones borgianas toman diversos porvenires,
diversos tiempos que también proliferan y se bifurcan o dividen. De allí que el
arquitecto del laberinto deje como testamento el siguiente fragmento: “Dejo a
los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan”.
De esta manera destacamos los principales
símbolos que podemos encontrar en el cuento de Jorge Luis Borges. A su vez,
estos van a ser constantes en la obra del autor en mayor o menor proporción
porque serán trasladados de manera constante como hilo conductor de su
narrativa.
Referencias
v Bravo,
V. (2006). El señor de los tristes y
otros ensayos. Caracas: Venezuela. Monte Ávila Editores Latinoamericana
v Borges,
Jorge L. (2005). Ficciones. El aleph. El
informe de Brodie. Caracas: Venezuela. Biblioteca Ayacucho
v Cirlot,
Juan E. (1995). Diccionario de símbolos. Colombia. Editorial Labor
v Genette,
G. (s/f). Palimpsestos.
v Jozef,
B. (2007). Jorge Luis Borges.
Caracas: Venezuela. Monte Ávila Editores Latinoamericana
[1] Josef,
B, 2007, p.38
[2] Este
cuento forma parte del libro Ficciones
publicado en 1944 el cual contiene a su vez, algunos de los textos más
emblemáticos de la escritura borgiana tales como: Pierre Menard, autor del Quijote, Las ruinas circulares, La biblioteca
de Babel y Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius.
[3]
Entre otras características de este personaje se encuentran que “tiene algo de
sacerdote, marino, misionero en Tientsin, antes de aspirar a sinólogo”.
[4]
El autor señala horas específicas dentro del relato narrativo como: 8:50, 9:30,
40 minutos entre un posible encuentro de los personajes demostrando
sincronicidad en el espacio descrito.
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