domingo, 26 de febrero de 2012

Poema


Orfeo

Eugenio Montejo

Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra,
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su cassette),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?

Solo, con su perfil en mármol, pasa
por entre siglos tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
porque nosotros somos el Infierno.

martes, 21 de febrero de 2012

El tiempo


El alma pregunta: ¿quién soy?, ¿quién es esta multitud que hierve en mí, como la espuma de un pozo intransitable? Y el silencio la cubre, con la humedad de las hojas caídas.

Elizabeth Schön

El tiempo

Por Richard Sosa

El hombre se levantó de su cómodo sillón. Solo quería ver su pálido rostro en el espejo una vez más, no sabía si lo que su mente imaginaba era cónsono con lo que imaginaba. A grandes pasos posó su compungido rostro de frente y allí se detuvo. Sus manos rozaron sus profundas líneas, su ceño fruncido como solía verse, incluso mientras dormía; ¿Qué era interna o externamente? ¿Dónde se encontraba su yo interno? ¿Qué le aguardaba esa tarde?

Sus párpados habían caído hacía ya mucho tiempo atrás. Sus ojos parecían añadidos por obligación en unas inertes cuencas, ¿no se suponía que debería verse con energía después de esa corta siesta? No lo sabía, ya nada era lo que parecía. Intentaba buscar algún rasgo de su antigua masculinidad o feminidad, no lo hallaba, no lo haría…

Sus blancos y escasos cabellos eran opacos, casi sin vida. Sus pómulos se encontraban desgarbados, hundidos en una búsqueda interna de su propio ser. Nada era lo que parecía. El espejo solo le mostraba lo que a su alcance hubo, había o habría. ¡Qué tristeza tan amplia se anidaba en su pecho!

Observó de cerca nuevamente su rostro, ningún atisbo de lo que solía ser. Su piel colgaba por debajo de su cuello o quizás se trataba de una escueta idea. Definitivamente debía ser eso, una aparente idea porque con lo delgado que estaba, piel era lo que menos tenía. Sus labios estaban lánguidos, como si intentaran dejar escapar un grito ahogado que le diera al mundo cuenta y fe de su propia existencia. El tiempo huía, corría, escapa de él, nada podía hacer…

De modo que el sueño cayó lentamente en él. No quería luchar contra el enviado de Morfeo sino más bien sucumbir ante él y entregarse al más delicioso placer. Se imaginó por unos segundos ser Endimión mientras el sueño lo vencía.

Rápidamente se dio cuenta de que el joven hombre que yacía durmiendo en el cómodo sillón, estaba por despertarse, así que volvió con sigilo hacia él.